La malaria (del italiano medieval mal – malo- y aria – aire-) o paludismo (del latín paludis, genitivo del nombre palus, ‘ciénaga, pantano’ y de -ismo, en este caso acción o proceso patológico) es una enfermedad producida por parásitos del género Plasmodium, y transmitida por las hembras de varias especies de mosquitos Anopheles.
Algunos estudios científicos sugieren que pudo haberse transmitido al ser humano a través de los gorilas occidentales.1 Es la primera enfermedad de importancia entre las enfermedades debilitantes. Más de 400 000 personas mueren al año por causa de la malaria, de los cuales unos 240 000 son niños.2
En mayo de 2007, la Asamblea Mundial de la Salud decidió conmemorar el 25 de abril el Día Mundial del Paludismo.3
La enfermedad puede ser causada por una o por varias de las diferentes especies de Plasmodium: Plasmodium falciparum, Plasmodium vivax, Plasmodium malariae, Plasmodium ovale (P. o. curtisi y P. o. wallikeri) o Plasmodium knowlesi, las tres primeras han sido notificadas en el continente americano. Los vectores de esta enfermedad son diversas especies de mosquitos del género Anopheles. Solo las hembras de los mosquitos se alimentan de sangre para poder madurar los huevos; los machos no pican y no pueden transmitir enfermedades, ya que únicamente se alimentan de néctares y jugos vegetales.
La gran mayoría de casos de malaria ocurren por transmisión vectorial (a través de la picadura del mosquito); sin embargo, hay otras formas de contagio entre humanos: 1) congénita, en la que una mujer embarazada lo transmita por vía placentaria al feto, 2) por transfusiones sanguíneas de donantes que han padecido la enfermedad, 3) por trasplante de órganos, 4) por uso de agujas en drogodependientes endovenosos o 5) por malapraxis en centros de atención médica.
En regiones donde la malaria es altamente endémica, las personas se infectan tan a menudo que desarrollan la inmunidad adquirida que ofrece protección parcial, es decir son portadores más o menos asintomáticos del parásito.
El primer intento de una vacuna sintética contra la malaria fue realizado en 1997 por el equipo de Manuel Elkin Patarroyo; los resultados fueron negativos en África y modestos en Suramérica por lo cual no se justificaron pruebas adicionales. 4 En 2010, la vacuna aparecía catalogada como «inactiva» por la Organización Mundial de la Salud.5
Alrededor del 40 % de la población mundial vive en zonas afectadas por malaria, principalmente en los países más pobres. Los mosquiteros tratados con insecticida (MTI) previenen esta enfermedad de manera efectiva.2 Sin embargo, se han identificado ciertos obstáculos en cuanto al aumento de su uso.[cita requerida]
Una revisión sistemática de diez estudios, nueve realizados en África y uno en la India, concluyó que la entrega gratuita de MTI aumenta ligeramente el número de propietarios, comparado con su provisión a precio de mercado o subvencionado. Asimismo, educar sobre el uso adecuado de MTI aumenta el número de personas que duermen bajo un mosquitero, comparado con un grupo de control que no recibió dicha educación. No se midieron efectos secundarios adversos. Por último, existe evidencia de una mejoría de la morbilidad por malaria como resultado del aumento de tenencia y uso de MTI, aunque estos hallazgos siguen siendo inciertos.